Tiro al blanco.
Por: Edgar Santillana
Dedicado a las víctimas de la explosión en Tlahuelilpan.
Ha pasado poco menos de una semana desde la explosión en Tlahuelilpan. Este hecho, desde luego lamentable, ha destapado lo peor de México. Lo más triste. No sólo por las víctimas (que cada día aumentan), detrás de ello hay mucho más que lamentar, sobre todo la actitud de los mexicanos.
Si algo nos caracteriza como pueblo cuando una tragedia nos golpea, es la solidaridad y unidad con la que actuamos. El mundo nos reconoce por ello. Desafortunadamente, en esta ocasión no fue así.
Como usted y yo sabemos, desde la tarde de ese trágico viernes, se comenzó a advertir en redes sociales sobre la “ordeña” del ducto ubicado en dicha localidad de Hidalgo. Se denunciaba la poca precaución con la que las personas se hacinaban en el sitio y se mostraba una gran indignación por el “crimen” que estaban cometiendo los ciudadanos.
Más pronto de lo que cualquiera pudo imaginar, llegó la noticia. El ducto explotó, decenas murieron al instante, cientos resultaron heridos y, de ellos, la mayoría de gravedad. En redes podíamos ver videos de gente corriendo en llamas, suplicando ayuda, gritando que estaban muriendo.
Parecía una escena sacada de alguna película, pero no. Era real. No fueron efectos especiales, no fue ficción. Lo que vimos fue a nuestros compatriotas ardiendo, a nuestros hermanos hidalguenses muriendo envueltos en fuego. Pero eso no le bastó a los mexicanos para tocarse el corazón, para ver más allá de lo que ocurrió esa tarde.
Apenas se viralizó la noticia, gran parte de los ciudadanos se unieron en una opinión: “las víctimas merecían lo que les pasó. Eran delincuentes”. En redes, era casi imposible encontrar opiniones diferentes a esa. Se criminalizó a las víctimas, algunos incluso se regocijaban de la muerte de dichas personas y de los heridos. A México, al parecer, le gustó ver morir a sus hermanos.
POR PARTES.-
En términos prácticos, si partimos del hecho de que para la ley alguien que comete un delito es un “delincuente”, pues sí, ese viernes por la tarde había cientos de ellos alrededor de un ducto de combustible. Pero este es un asunto que no debe tomarse a la ligera, debemos ir más allá del hecho y profundizar en las condiciones que como país propician este tipo de conductas.
Se trata de un asunto cultural profundo, determinado por las características socioeconómicas de México que históricamente nos han definido como “pueblo”. Tal como lo dijo el Presidente de la República, “al pueblo se la abandonó” y se le mantiene abandonado desde hace mucho tiempo. Esto ha desembocado en una serie de conductas que no solo han terminado por erradicar los valores fundamentales de los ciudadanos, sino que han sumido a nuestro país en un grave problema de corrupción, violencia, inseguridad e intolerancia.
Lo ocurrido en Tlahuelilpan es una clara muestra de la descomposición social que sufre México en muchos sentidos, pero hay un aspecto que bien vale la pena analizar. Y es que hoy, las condiciones de nuestro país nos obligan ya no a llevar una vida sumamente limitada, sino a sobrevivir.
Los humanos somos animales, una raza que por cuestiones evolutivas desarrolló una mayor inteligencia, pero, a fin de cuentas, animales. Y como todo animal, los humanos instintivamente buscamos sobrevivir.
Aunque el ejemplo no sea el más grato, resulta indispensable hacer la siguiente analogía. Pensemos en un perro que desde pequeño fue adoptado por una buena familia. Éste, difícilmente buscará escapar de casa porque sabe que en ese lugar tiene garantizado el alimento sin necesidad de buscarlo en otro lugar, así como agua y otras de sus necesidades más básicas.
En cambio, si pensamos en un perro sin hogar, que vive en las calles y está dejado a su suerte, el panorama será muy distinto. El perro buscará sobrevivir a como dé lugar, tratando de conseguir comida en lugares donde existe el riesgo de ser cruelmente maltratado o incluso en la basura. Quizás buscará tomar agua de un charco en condiciones que posiblemente afecten su salud. Tomará riesgos, sí, pero vale la pena por sobrevivir.
Pensar que los humanos somos distintos a ellos es un error. Por instinto, siempre buscaremos sobrevivir aunque ello implique grandes riesgos y nuestra inteligencia nos advierta de ello.
Yo le aseguro, estimado lector, que si en México tuviéramos garantizadas nuestras necesidades básicas, así como vivir con una calidad de vida al menos decente, esa tarde en Tlahuelilpan se estuviera hablando de cualquier otra cosa, pero no de una tragedia.
De cierto modo, los “delincuentes” que vimos recolectando combustible, fueron obligados a estar en ese lugar y en ese momento. Nadie, absolutamente nadie que esté sano de sus facultades mentales, arriesgaría su vida por unos cuantos litros de combustible. Pero, ¿sabe qué?, todos lo haríamos por sobrevivir.
En una zona sumamente marginada como Tlahuelilpan, una garrafa de gasolina que puede ser vendida en $100 o $200 pesos significan mucho. Representan quizás comer mejor por lo menos un día o incluso tal vez significan tan solo eso: comer.
Debemos recuperar la empatía con nuestros pares, ponernos en sus zapatos y ver más allá de los hechos, ver qué hay detrás, regresar a las causas, entenderlas y atenderlas. Los cientos de personas alrededor de ese ducto no eran criminales, eran mexicanos que día con día buscan sobrevivir ante la indiferencia de un sistema político que los somete y los abandona, ante la falta de oportunidades y espacios para desarrollarse y elevar su calidad de vida, ante una sociedad cada vez más indolente y deshumanizada.
REMATE.-
Ahora le pregunto a usted, ¿cuántas veces se ha brincado la ley en beneficio propio? ¿Cuántas veces ha mal obrado por conseguir algunos pesos más que le ayuden a mejorar su vida? No es una justificación ni una invitación a delinquir. Es un llamado a la reflexión, a ser más empáticos y luchar desde nuestras trincheras por un mejor país. Uno donde, en el futuro, no se nos obligue a delinquir o arriesgar nuestra vida para apenas sobrevivir