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Feminicidio resuelto por la madre de la víctima

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09/05/2022

“Ha sido un infierno, perdí a mi hija, perdí mi tranquilidad… todas las instituciones han hecho mal su trabajo. Nos dejaron completamente abandonados a nuestra suerte luego de que yo hice gran parte de la investigación”. Así habla la madre de Michelle Amaya, adolescente torturada y asesinada.

El asesinato de Michelle Amaya, de 14 años, y el cúmulo de negligencias que ocurrieron después tienen a la familia de la víctima huyendo de una banda criminal que ha amenazado con matarlos a todos.

Así lo cuenta la mamá de Michelle, Nathalie Amaya, una esforzada mujer de trabajo que decidió dedicar su vida a esclarecer el crimen y buscar justicia, aunque a cada rato se tope con obstáculos que parecen insalvables.

Con tesón y arrojo, Nathalie, madre soltera de cuatro hijos, no sólo logró rescatar el cadáver de Michelle de una fosa común en la que había sido sepultada como “NN” por errores periciales del servicio forense.

Además, ante el desinterés de la policía y la fiscalía en el caso, ella misma comenzó a investigar y, disfrazada de habitante de la calle, se sumergió en el barrio San Bernardo, en el centro de Bogotá, un sector atestado de adictos al bazuco, de delincuentes que matan a navajazos y de bandas criminales que lucran a sangre y fuego con la miseria humana.

Lo que Nathalie descubrió en esa “olla” del San Bernardo  fue que Michelle había sido asesinada por delincuentes que resultaron ser integrantes de la banda Tasmania y que su muerte había sido atroz.

La adolescente fue torturada a golpes y con cortes de cuchillo, tenía 52 heridas en todo el cuerpo, la estrangularon, le provocaron una fractura de cráneo y, envuelta en bolsas negras de basura, la arrojaron desde el tercer piso de la madriguera de los Tasmania hacia una casa contigua en escombros.

Gracias a la investigación de Nathalie, la policía y la fiscalía capturaron a la mayoría de delincuentes que participaron en el crimen, pero ahí no acabó todo. Lo que han debido vivir desde entonces la mamá de Michelle, sus tres hermanos más pequeños y sus abuelos ha sido una tragedia frente a la cual diversas autoridades han mostrado indolencia.

Hace unos días, el pasado 18 de abril, el jefe de la banda Tasmania, Édison Cervera Guarnizo, Pirry, quien ordenó asesinar a la menor y está en la cárcel por los hallazgos de Nathalie, logró posponer por quinta vez la audiencia en la que un juez dictaría sentencia.

Nathalie teme que los retrasos en el proceso acaben por favorecer al delincuente, quien se dice inocente de los cargos de tortura, homicidio agravado, hurto, concierto para delinquir y narcotráfico que se le imputan.

La familia de Michelle ha sido reiteradamente amenazada de muerte y el departamento donde vivía en Bogotá sufrió un atentado con una bomba artesanal, lo que los obligó a salir de la ciudad.

Este 30 de abril se cumplieron 17 meses del asesinato de la menor y aún deben vivir prácticamente escondidos, sin protección de la fiscalía y la policía, que en su momento presumieron la captura de los asesinos como un logro propio.

La mujer ha pedido a la fiscalía y a la policía protección para ella, sus padres y sus tres hijos menores de edad, porque aun en su escondite se sienten a merced de los tentáculos del Pirry y de la banda Tasmania, cuyas operaciones de tráfico de drogas abarcan no sólo la “olla” del barrio San Bernardo, conocido como el “Sanber”, sino varios sectores de Bogotá y otras ciudades de Colombia.

Las llamadas y mensajes amenazantes no han cesado. A pesar de que Nathalie ha cambiado su número de celular, debe conservar el original por la información anónima que sigue recibiendo sobre los Tasmania y por las notificaciones judiciales que llegan al viejo número.

Ninguna de las denuncias por amenazas que ha presentado Nathalie ante la fiscalía y la policía ha tenido respuesta. Funcionarios de ambas instituciones fueron contactados por este semanario para conocer su versión, pero tampoco hubo respuesta.

Cuando Nathalie dice que las autoridades los dejaron “completamente solos” refleja lo que ella y su familia han debido afrontar desde el 30 de noviembre de 2020, el día en que Michelle tomó su bicicleta en su vivienda del barrio bogotano de Prado Veraniego y le dijo a su mamá: “Me voy a rodar un rato”.

Michelle llegó hasta el parque Tercer Milenio, en las inmediaciones del Sanber, una “olla” de unas dos cuadras en forma de L en las que habitan y llegan cada día cientos de adictos para consumir bazuco (residuos de cocaína mezclados con ácido sulfúrico, gasolina, metanol y polvo de ladrillo), heroína, mariguana y drogas químicas, en un entorno de edificios en ruinas, calles inmundas y tensión criminal.

Según la fiscalía, Michelle –quien tenía un leve déficit cognitivo por el cual requería educación especial– acabó en esa “olla” porque días antes le habían robado su teléfono celular y alguien le dijo que en el Sanber lo podría recuperar si preguntaba por Chepe.

Pero cuando a Pirry, el jefe de los Tasmania, le avisaron que una jovencita andaba “merodeando” en el lugar y preguntando por El Chepe, un integrante de la banda, ordenó que la retuvieran y la interrogaran hasta que confesara “sus verdaderas intenciones”.

Un fiscal que llevó el caso aseguró que de ese trabajo sucio se encargaron José Francisco Daza Alarcón, El Chepe; su hermano Andrés; Jakeline Cala Nieves, La Jakelin; Juan Carlos Mendivelso y otros tres tipos conocidos como El Tito, El Veneco y El Rafael, quienes “se reían y disfrutaban” mientras la torturaban, y advertían a otros miembros de los Tasmania que eso les pasa “a los infiltrados y a los sapos (delatores)”.

Nathalie cree que Michelle también pudo haber entrado a la olla del Sanber porque los sayayines (sicarios) de los Tasmania intentaron reclutarla como “carro” para transportar droga dentro de Bogotá, ya que los menores de edad pasan desapercibidos para la policía. Piensa que por eso la secuestraron y, como ella no aceptó, la asesinaron.

Nathalie tiene toda la autoridad para hablar de los pormenores del caso, porque si alguien lo indagó a fondo fue ella. “Yo sola debí hacer mucho del trabajo que les tocaba hacer a ellos”, asegura.

“Yo les puse todo en bandeja de plata y ellos salieron a decir: ‘Nosotros hicimos, nosotros resolvimos’, y eso no fue así, eso fue muy doloroso para mí. Ellos intervinieron cuando yo les di todo lo que averigüé, exponiendo mi vida. Yo sé que mi aporte fue inmenso.”

Y a la fiscalía, Nathalie le reprocha que hay tres implicados en el crimen que no han sido capturados –El Tito, El Rafael y El Veneco– y que fue incapaz de imputar a los acusados el delito de feminicidio, a pesar “de que eso es lo que fue por donde se le mire”.

Cuatro de los detenidos –El Chepe Daza y su hermano Andrés, La Jakelin y Juan Carlos Mendivelso– fueron sentenciados a 41 años y nueve meses de prisión por homicidio, tortura, concierto para delinquir, hurto y tráfico de estupefacientes. De habérseles imputado feminicidio habrían recibido una pena mayor.

Roncancio señala que el caso de Michelle es emblemático porque muestra lo desprotegidas que están las familias de las víctimas de feminicidio, el profundo daño emocional que les produce no sólo el delito, sino la insensibilidad de las autoridades, y lo frustrante que es para ellas sentir que no se logró justicia porque los responsables no son condenados por feminicidio.

Nathalie, indica la abogada, “sabe que en el asesinato de su hija hubo un componente sexista que no se tomó en cuenta en el proceso penal”.

Tomado de: Proceso

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